Síndromes Cotidianos

...Lo malo del asunto es que yo ya estaba por irme y mi trastorno obsesivo compulsivo estaba entorpeciendo mi recorrido, quizás voluntariamente y de forma abrupta. Saltar, esquivar, evitar, huir de las líneas de la acera de la calle. Cuando niño, pensaba que las líneas de la acera proveían de mala suerte a quien las pisaba, aunque de verdad estaba demasiado hundido en mi pseudo-trastorno que nunca me dí cuenta de que los adultos, quienes representaban para mí nada más que un aburrido e inevitable futuro, nunca se preocupaban por fijarse si sus pies tocaban o no las líneas de la calle. Luego calmé mi ansiedad obsesiva-compulsiva al comprender que los adultos, sobre todo los de la tercera edad, ya no tenían la vitalidad suficiente como para andar brincoteando por ahí y esquivando las líneas de la banqueta y por lo tanto evitándose una horrenda maldición aún desconocida, pero ciertamente terrorífica.

Ya no recuerdo en verdad si te soñé o mi subconsciente me estaba jugando una estúpida broma. A estas alturas debes imaginarte que yo encuentro verdaderamente hermoso el hecho de verte protagonizando mis sueños nocturnos, y debes saber también que despierto y siento una espantosa pero a la vez adictiva nostalgia. El recuerdo de esa imagen tuya, mirándome entre sueños y haciendo que tus risas revoloteen una y otra vez en mi cabeza, basta como para joder con mi indiferencia al montón de actividades fastidiosamente rutinarias que amenazan con destruir mi sanidad mental con lo que puede llamarse groseramente "un chingo de tarea". Pero a veces el subconsciente no se porta muy amigable y termina por borrarse en cuanto abro los ojos. La última vez que me sucedió, asesiné un vaso de plástico naranja que estaba en el buró. Fui por toallas de papel y luego me puse a pensar lo cabrón que puede llegar a ser mi propio subconsciente, mi mejor amigo.

Grata fue mi sorpresa al ver que en la sociedad virtual que la gente suele llamar Facebook se encuentra un grupo de calidad "global" destinado a reunir entre sus filas virtuales a todo aquel que guste de practicar el juego de no pisar las lineas de las baldosas de la calle. La sorpresa fue agradable porque por primera vez en la historia sentí que era parte de un movimiento grande y trascendental de calidad mundial, que podría llegar a cambiar el transcurso de la historia de la humanidad.

Quizás exagere, pero al ver que existían hasta el momento 154'409 miembros registrados y orgullosos de su obsesiva compulsividad, sentí, de verdad, que estaba en el lugar en el que tanto había anhelado estar. Sin dudarlo un segundo me inscribí, y ahora soy parte de una comunidad virtual de obsesivos compulsivos que se empeñan en enseñarle al mundo lo constructiva que puede llegar a ser la costumbre de no pisar las lineas de la acera.

Mientras veía cómo el poder super absorbente de las toallas de papel marca Soriana no era más que una frasecita pegajosa de mercadotecnia diseñada para vender un producto francamente inútil, hurgaba entre los mezquinos recuerdos mentales de la noche que recíen habia terminado. Buscaba y buscaba y volvía a buscar, y lo único que encontraba eran pedazos nefastos de esa horrible pesadilla en la cual estoy encerrado en una hacienda de color blanco y se aparecen terribles personajes con el único fin de joderme la vida. Ahí fue cuando me dí cuenta de la gravedad de mi situación. Había olvidado que durante la madrugada me desperté sudando frío, respirando agitadamente y con unas sinceras ganas de vomitar. Todo por culpa de la pesadilla y su aparentemente irónica manera de asustarme: Haciendas blancas con gente que grita desgarradoramente.
Las náuseas habían sido tan terribles que decidí mejor dejarlo por la paz, y esperar a la noche siguiente, a ver si ahora si podía soñarte con claridad y dedicarte un paseo completo por los rincones más escondidos de mi imaginación.

Y es que han sido tantos sueños que quiero sacarlos de la sala de proyecciones de mi cabeza y adaptarlos a mi vida diaria. Todavía me acuerdo del efecto del primer sueño que estelarizaste. Me acuerdo que mis compañeros de clase hablaban en un volumen inusualmente bajo, y aún mirandolos de frente, lo que me querían decir parecía estar como en otro idioma. En mi mente bailoteaba todavía el recuerdo de ese amanecer.

Un amanecer en el que nos pusimos a correr y evitar las líneas de las baldosas del corazón.